Creer en Dios no es suficiente para escapar del infierno, además es necesario el arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados ante Dios.
Puede que una persona crea en la existencia de Dios, se haya bautizado, asista a reuniones en la iglesia e incluso sea miembro de una y/o tenga un ministerio allí.
Puede que lea la Biblia con regularidad e incluso ore al Dios vivo y verdadero, pero nunca se haya arrepentido de sus pecados, los haya confesado a Dios y, por lo tanto, nunca haya nacido de nuevo ni recibido a Cristo en su vida.
«Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo»
(Romanos 10:9).
Creo en Dios, pero iré al infierno
Ante esta situación podemos estar engañados, por lo tanto, es necesario tener claro:
- La obra del espíritu Santo nos permite conocer la realidad, nuestra condición de pecadores, la necesidad de perdón y de restablecer la relación con nuestro Padre.
«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho»
(Juan 14:26).
- A través de la obra de Jesús en la Cruz, su muerte y su resurrección, escapamos del infierno. Nuestras obras y participación en actos religiosos no nos llevan al cielo.
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe»
(Efesios 2:8-9).
- El corazón alberga la motivación personal de nuestros actos, guardando nuestros deseos, ya sea de notoriedad o simple pertenencia a una entidad religiosa.
Pero Dios lo conoce, como leemos en Jeremías 17:9-10
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; quién lo conocerá?
Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras».