A los ojos de la sociedad en general la terquedad se contempla como un defecto de poca importancia pero no es así, pues hace que en numerosas ocasiones una persona no se salve, porque no quiere arrepentirse y confesar sus pecados, sino que con terquedad sigue creyendo que merece el beneplácito de Dios o que Dios le perdonará sin más y por lo tanto, nunca llega a ser salva.
«Pero por la dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios» (Romanos 2:5).
La terquedad hace creer que ya se está bien sin arrepentirse ni confesar los pecados a Dios, pero ese camino es ancho y lleva a la condenación eterna. También en la vida del cristiano la terquedad impide el fruto o como mínimo lo limita.