Dice Juan 1:11 que «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron».
Durante siglos existieron diversas escuelas mesiánicas que dedicaban incontables horas a leer, oír, meditar, memorizar, comentar y enseñar los manuscritos veterotestamentarios pero que no lo hacían acompañándolo de fe. Durante su vida terrenal, el Mesías fue rechazado muy al principio de su ministerio por personas muy religiosas que en su pecado de falta de fe (o incredulidad) no veían al Mesías aunque estaba físicamente delante de sus ojos manifestando su gloria en sus palabras, carácter y hechos. Pero en definitiva, es un corazón corrupto, no regenerado el que rechaza al Mesías.